Análisis a Fondo
Francisco Gómez Maza
· García Lorca, poesía comprometida con los débiles
· 18 de agosto, el día de su tránsito a la Eternidad
Dejemos por un momento los dramáticos, vergonzosos e indignantes asuntos nacionales, como la agresión brutal al compañero Juan Manuel Jiménez, de adn40, quien lo único que realizaba era narrar lo que estaba ocurriendo en una manifestación de mujeres indignadas por los feminicidios que están ocurriendo en el país, y fue arteramente noqueado, mientras pronunciaba su narración periodística, por un patán, asesino, quien por la espalda le golpeó tan fuerte que lo dejó casi moribundo en el suelo, donde muchas personas vestidas de mujer seguían agrediéndolo.
Ahora le toca a la historia. Esa historia que dicen los que saben es la maestra de la vida. Les voy a contar de un luchador a carta cabal llamado Federico García Lorca, poeta, dramaturgo, escritor, amante de las bellas artes, y luchador indomable, cuyo asesinato, no porque ocurrió hace 83 años, deja de ser muy importante para la reflexión de la gente de buen corazón de la actualidad, desde jovencitos hasta ancianos, hombres y mujeres y personas del tercer sexo. Es importante para mí contarles algo de Federico García Lorca, primero porque fue asesinado el 18 de agosto de 1936, y segundo porque lo he seguido desde que empecé a tener uso de razón literario en aquella escuela de Ciencias y Humanidades, Filosofía y Teología que floreció en mi tierra allá por los años 60, restos de la Universidad Pontificia de Chiapas, en San Cristóbal de Las Casas.
1988-1936… Federico vivió únicamente 38 años. Podría haber vivido más, pero el dictador fascista ordenó su fusilamiento por ser un peligro para la seguridad de las clases dominantes que imponían su ley y su religión en territorio español.
En el transcurso de la Edad de Plata (1900-1936), la literatura española recuperó aquel dinamismo innovador, que parecía perdido desde su Siglo de Oro; tal periodo tuvo su culminación en la obra poética de la Generación del 27, así llamada por el rebelde homenaje que sus miembros rindieron a Luis de Góngora con motivo de su tercer centenario. Sin embargo, pese a la inmensa talla de figuras como Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Luis Cernuda o el premio Nobel Vicente Aleixandre, ningún miembro del grupo alcanzaría tanta proyección internacional como Federico García Lorca.
Narran las crónicas literarias, especialmente una escrita por el colega Alonso Martínez, que alrededor de 10 mil cadáveres de guerreros inocentes están enterrados en la provincia de Granada, España. Artistas, comunistas e izquierdistas. Con sueños de un país honesto murieron, a manos del terror fascista que dominó Europa durante la década de los 30 y los 40. La Guerra Civil Española fue un enfrentamiento que nació a partir de la búsqueda de la liberación de España hacia un sistema republicano y democrático, frenado por Hitler y Mussolini, representados por las fuerzas nacionalistas encabezadas por el dictador Francisco Franco.
Pero una de las muertes más importantes de dicho conflicto no fue de un combatiente ni de un político, sino del genio poeta, dramaturgo y director teatral, Federico García Lorca. Su asesinato fue motivo de especulación durante décadas, ya que poco se sabía sobre los motivos que lo llevaron a ser sentenciado por sus captores. Se convirtió en un ícono de la guerra y los ideales intelectuales que quedaron perdidos una vez que el fascismo triunfó.
Federico García Lorca dicen que es el español universal. Yo digo que es ciudadano del mundo. El poeta, el creador, el recreador de la belleza increada, comprometido con el hombre (el hombre y la mujer) sufrientes, aplastados, excluidos, violados por la pobreza y la miseria. Muerto por estos ideales de justicia. Porque la injusticia es el delito más terrible que, a mi parecer, no tiene redención. De ella, de la injusticia, derivan todos los delitos que es capaz de practicar una mente criminal.
La trayectoria de Lorca es parangonable a la de sus compañeros de generación (de la poesía pura y la experimentación vanguardista a la rehumanización y el compromiso social), e incluso la plena asimilación de lo popular, que constituye uno de sus rasgos más característicos. (Tiene su paralelo en Rafael Alberti)
No obstante, tras la aparente variedad de géneros y estilos, la obra de Federico García Lorca presenta una marcada unidad temática. Tanto en el yo poético del Libro de poemas como en los personajes de su Romancero gitano, o en los protagonistas de las grandes tragedias de su madurez (Yerma, Bodas de Sangre y La casa de Bernarda Alba), las ansias vitales se ven abocadas a una frustración causada por fuerzas hostiles, las cuales pueden mantenerse en un ámbito telúrico, simbolizando acaso las limitaciones inherentes a la condición humana, o bien objetivarse en un medio social que, lo mismo si es tradicional o tecnificado, acaba destruyendo toda tentativa de autorrealización.
Tal temática explica el alcance universal de una producción por lo demás firmemente enraizada en la tradición y el folclore español y andaluz, pero no el insoslayable dramatismo y la hipnótica e inexplicable fascinación que siguen suscitando sus mejores textos: examinar detenidamente el Romance sonámbulo o la escena final de Bodas de Sangre conduce únicamente a la evidencia de su genio. En este sentido resultan tan injustas las interpretaciones simplistas trazadas desde la homosexualidad del poeta como la supuesta sobrevaloración de la obra lorquiana por su condición de insigne víctima del fascismo; presagiada o no, su prematura muerte a los treinta y ocho años no hizo sino truncar un flujo de creaciones que en La casa de Bernarda Alba rozaba ya la perfección. (Fuente Vaqueros, España, 1898 – Víznar, id., 1936)