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Mensaje Político

Alejandro Lelo de Larrea

Dos son las razones principales por las que Morena se cerró a la ciudadanía para elegir a su próxima dirigencia nacional.

La primera es que la Nomenklatura en la que destacan Yeidckol Polevnsky y Bertha Luján (aspirantes a presidir el partido), no quieren perder el control. Parece que buscan el poder por el poder.

La segunda es la funesta experiencia que vivió Andrés Manuel López Obrador en 1999, para su relevo en la presidencia del PRD.

¡Y cómo no va a sentir temor López Obrador si conoce a los suyos! Una gran parte de los cuadros políticos, dirigentes locales y nacionales provienen del partido del sol azteca. Los del fraude de 1999. Aunque el hoy presidente diga que no se mete en Morena, por supuesto que orientó para que se definiera este método de elección, con mayor control de daños.

En marzo de 1999, la candidata de la Nomenklatura era Amalia García. Contaba con el padrinazgo de Cuauhtémoc Cárdenas, el fundador del PRD. También con el apoyo del presidente saliente, López Obrador. Era la forma en que éste le pagaba a Amalia García que un año antes hubiese declinado a sus aspiraciones a la gubernatura de Zacatecas, para darle paso a Ricardo Monreal.

Aunque hubo 9 planillas en total, la de García y la de Jesús Ortega (quien traía mucho dinero, ¡quién sabe de dónde!) eran las más fuertes. El método para esos comicios fue abrir la elección a la ciudadanía.

Pero la falta de capacidad organizativa, las mañas y ansias de poder, convirtieron aquella elección en un “cochinero”, como se le llamó en su momento. Se dieron las peores mañas priístas: acarreo, compra y coacción del voto, robo de urnas, falsificación de actas, relevo de funcionarios de casilla.

El tamaño de las irregularidades fue mayúsculo: casi el 40 por ciento de las casillas. Por eso, la Comisión de Elecciones del PRD anuló la elección. López Obrador no se metió. Se regresó a Tabasco, porque en esos días todavía estaba en sus planes volver a contender por la gubernatura de aquella entidad, para el 2000. Dejó el mugrero a cuestas.

Con esa experiencia, la Nomenklatura morenista decidió cerrar al partido y alejarlo de la ciudadanía: sólo tienen posibilidades de votar sus militantes, por cierto, de un cuestionado padrón.

El método para elegir a la próxima presidenta o presidente de Morena será de votación indirecta. Durante septiembre, el partido celebrará 300 asambleas distritales, y en cada una elegirá cinco mujeres y cinco hombres como delegados al Congreso Nacional que se celebrará los días 23 y 24 de noviembre. Ahí los 3 mil delegados votarán para designar a su nueva dirigencia.

La Nomenklatura quiere que sea con el padrón de afiliados de 2017, que ronda 1.7 millones de integrantes. Eso dejaría fuera a todos quienes se sumaron al partido con vistas a las elecciones de 2018 e hicieron campaña para obtener el gran resultado electoral del 1 de julio de ese año.

El otro grupo, en el que se ubican Alejandro Rojas Díaz Durán y Mario Delgado, siempre ha propuesto que sea una elección abierta a la ciudadanía. Su razonamiento es que López Obrador obtuvo más de 30 millones de votos, y se le debe dar oportunidad de decisión del futuro de Morena a esos simpatizantes del hoy presidente de la república.

Rojas Díaz Durán y Delgado al menos piden que se haga la elección con el padrón de 3.1 millones de militantes, ese que le entregó Gabriel García Hernández (también de la Nomenklatura morenista) a Polevnsky y a Luján, antes de convertirse en coordinador Nacional de Programas del Bienestar de la Presidencia de la República, desde donde controla todos los apoyos sociales que está entregando el Gobierno de la 4T.

La Nomenklatura no quiere perder el control del partido. Por eso se cerró a la ciudadanía, con los elevados costos que ello implicará, por el distanciamiento del partido con la sociedad, contrario a su supuesta esencia.

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